Maria
Sobreviviente de Leucemia Mieloide Aguda
Houston, TX
Hacia fines de noviembre de 2008, empecé a sentir una fatiga aplastante. Tuve fiebre y mi médico me envió inmediatamente al servicio de urgencias. Allí descubrieron que me faltaba sangre y necesitaba una transfusión. Parecía tan irreal.
Después de un par de días y una biopsia de médula ósea, me diagnosticaron leucemia mieloide aguda (AML, por sus siglas en inglés). Me enteré de que si no hubiera buscado ayuda en el servicio de urgencias, podría haber muerto.
Poco después de navidad empecé el primero de muchos ciclos de quimioterapia agresiva en el Centro Oncológico MD Anderson. Estuve en aislamiento por casi dos meses, y el cáncer entró en remisión. Después de tener muchos problemas de salud, innumerables transfusiones de sangre y plaquetas, infecciones graves, etc., me recuperé lo suficiente para regresar a casa y, finalmente, a trabajar a tiempo completo como traductora técnica.
Puntualmente, después de exactamente tres años, en noviembre de 2011, reapareció la enfermedad. Esta vez, mi única oportunidad de sobrevivir era someterme a un trasplante de médula ósea. Volví al centro MD Anderson y empecé dos ciclos de quimioterapia. Una vez que entré en remisión, pude recibir las células de médula ósea que mi hija Mariana había donado. A pesar de que no teníamos una compatibilidad del 100 por ciento, era mi mejor opción para sobrevivir. El 13 de enero de 2012 me sometí a un trasplante de médula ósea.
Como era de esperar, tuve varias complicaciones postrasplante, entre ellas, el rechazo de las células de la médula ósea de Mariana. También tuve incontables infecciones, un episodio de cistitis hemorrágica viral importante, colon atónico y una convulsión que me mandó otra vez al hospital.
En los últimos años, la vida ha sido como subir a una montaña rusa con los ojos vendados. He tenido períodos de varias semanas en las cuales me sentía bastante bien y disfrutaba de las visitas de amigos, hijos y nietos, y simplemente de mirar los árboles desde mi pequeño patio. Luego, con poco aviso y sin ninguna razón aparente, mi cuerpo me juega una mala pasada. Después de 55 años de una vida muy saludable y feliz, la aparición y el diagnóstico de cáncer me cambiaron la vida por completo. Ha habido momentos en los cuales me sentía cansada de luchar y de estar enferma. Y entonces comprendí lo poderoso que puede ser el amor de la familia y los amigos. Hoy en día, no doy por sentado ni un solo momento de mi vida, y estoy inmensamente agradecida por haber tenido una segunda oportunidad.